La revista bilingüe de Lanzarote

Buzos de Lanzarote

El trabajo de buzo, entre albañil y enfermero de urgencias, deja poco margen para el romanticismo, tiene una alta exigencia física y mucha letra pequeña

Oír la palabra buzo nos sitúa en una atmósfera de ensoñación y leyenda. Traje blanco, botas con plomo, una pesada escafandra color bronce y un tubo que viene desde la superficie; el capitán Nemo, el Nautilus… La realidad actual bien dista más de las veinte mil leguas del viaje submarino creado por la mente prodigiosa de Julio Verne.
Hay una formación reglada que cualifica para ejercer esta profesión: grado medio Técnico en Operaciones Subacuáticas e Hiperbáricas. La oferta el Instituto Politécnico de Formación Profesional Marítimo Pesquera de Canarias (Escuela de Pesca Lanzarote, en Arrecife), pero también en Santa Cruz de Tenerife, Cádiz, Almería, Málaga, Girona, Tarragona, Pontevedra, Murcia, Alicante, Valencia y Guipuzkoa.
La demanda es alta. Más lo es la exigencia. Además de tener diecisiete años, exigen un certificado psicotécnico de aptitud, un informe de evaluación psicológica emitido por licenciado en psicología; un certificado de haber superado el test de compresión y tolerancia al oxígeno hiperbárico; una prueba en cámara hiperbárica, pruebas físicas y un material obligatorio que debe aportar el alumno, traje de neopreno incluido.

Jake Barber, lanzaroteño, ha cursado esta formación en Arrecife y apunta que, “por lo general en España es un trabajo mal pagado para el riesgo que conlleva. Se cobra bien en trabajos de gran profundidad, a más de cien metros, pero el riesgo y el desgaste son altísimos. Hay muchas contraindicaciones médicas y enfermedades profesionales”.
“Todos los puertos tienen un equipo de buzos –prosigue Barber-, pero es externo, ofrecido por empresas privadas”. Afirma asimismo que “por supuesto que hay tiburones y otros animalitos como medusas, pero no son la mayor preocupación. Más miedo me da que falle el equipo, un segundo de descoordinación o alguna imprudencia”.
Han cambiado mucho la indumentaria y la instrumentación. “Llevas un neopreno de cuerpo entero, arneses con sus seguros, una botella de oxígeno de seguridad, guantes, un cuchillo siempre y luego hay un tubo por el que te llegan aire, la comunicación, el cable de cámara y del foco; más el umbilical y, por supuesto, la escafandra. Además hay un equipo en el exterior que te suministra oxígeno y estás comunicado en todo momento”, explica Barber.
Omar Delgado cuenta con veinte años de experiencia como buzo profesional, aunque también ha trabajado con la cámara hiperbárica del Hospital Insular y desde 2020, en la docencia. Ha intervenido en barcos, recintos portuarios, naufragios de buques, emisarios, reparaciones, inspecciones e infraestructuras de piscifactorías. En muchos casos, también tomando imágenes o grabando vídeo.
“El tiempo es oro –asegura- y dos horas soldando a ochenta metros de profundidad se vuelve mucho más difícil y peligroso, incluso contando con todas las medidas de seguridad de nuestros equipos de inmersión. Además, tienes que contar con la descompresión, que conlleva un ascenso lento parándote a distintas profundidades”.
“Al principio es difícil –prosigue- porque el cuerpo se tiene que acostumbrar. Por ejemplo, las incomodidades de un resfriado se triplican bajo el mar. Luego, aunque siempre estamos dos como mínimo e intercomunicados con la superficie, el otro no está a tu lado. Estás más solo que el portero ante un penalti. Le das muchas vueltas a la cabeza y pasas miedo, sobre todo al comienzo. Te pones a cantar, hablas solo… Las esperas son jodidas”.
“Y con los alumnos se pasa el mismo o más miedo – asegura Delgado- porque hay menores. Por otro lado, muchos se apuntan porque les parecen guays las prácticas, pero hay que hincar codos: instrumental, física, matemáticas, inglés…”.

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