Transformar tu espacio exterior en un jardín comestible aúna estética, funcionalidad y salud, además de que es una tendencia al alza
Un jardín comestible es mucho más que un huerto. Es un diseño de paisajismo que marida funcionalidad, ocio y estética para que puedas disfrutar durante todo el año de la belleza de las plantas y del valor nutritivo de sus frutos. Los expertos en paisajismo apuntan un aumento de la demanda por este tipo de ‘espacios nutritivos’.
La creación o transformación a un jardín comestible conlleva un estudio y gestión de espacios y especies, así como una ordenación de sus tiempos de floración y cosecha. Una clave es categorizar por estratos. Estrato de altura: árboles frutales. Estrato intermedio: arbustos con producción interesante. Estrato bajo: hierbas aromáticas, medicinales y hortalizas. Elige especies autóctonas o las de más fácil aclimatación.
El jardín comestible parte del término francés ‘potager’, cuyo concepto implica una estructura de diseño ornamental en el que conviven plantas perennes y plantas hortícolas formando determinadas geometrías a partir de gamas cromáticas específicas.
El color crea ilusión de distancia y profundidad y el contraste separa diferentes planos. Tonos cálidos como el amarillo brillante o el naranja de caléndulas o capuchinas captan la atención, dominan la escena y sobresalen del fondo. Los colores fríos generan tranquilidad, sutileza y calma. El color se usa para definir los patrones de diseño y guiar la mirada del observador a los puntos que quieras destacar. Hortalizas y flores se emplean con tal fin en estos diseños para crear un espacio armónico.
Por supuesto, la idea de jardín comestible lleva implícito el modelo de cultivo ecológico, así como otros conceptos como ‘Km 0’ o ‘slow food’, ya que se busca volver a disfrutar de los sabores auténticos que tenían los alimentos cuando no estaban sometidos a las exigencias y la química de la agricultura expansiva. Productos libres de tóxicos y más cercanos imposible.
En su diseño se contemplan aspectos como la disponibilidad de sol directo o el tipo de suelo, que debe ser rico en materia orgánica, suelto y aireado, drenante y limpio de malas hierbas. Es igualmente importante el ciclo de cultivo: los diferentes tiempos de siembra, floración y cosecha.
Y su mantenimiento contempla tareas como limpiar de malas hierbas, encañar las plantas trepadoras, recolectar para evitar que los frutos caigan al suelo, contar con un sistema de riego localizado por goteo, controlar las plagas o
prevenir enfermedades.