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Viajes: Lisboa

Lisboa cautiva por su luz, por la vida que fluye por sus calles, sus tranvías y su inconfundible carácter portuario… Alfama, Chiado, la Baixa, Belém, la Calle Rosa y el Parque de las Naciones, rebosa autenticidad por todos sus barrios

Lisboa es una de esas ciudades con alma. Su ubicación, en el estuario del Tajo, le otorga ese encanto un tanto decadente que tienen las ciudades portuarias. Además, Lisboa es 400 años más antigua que Roma. Los fenicios hace doce siglos la llamaron ‘Allis Ubbo’ (puerto seguro en su lengua).
Se ha desarrollado en varios niveles, vigilada desde su atalaya por el castillo de San Jorge, testigo de invasiones y conquistas desde el siglo I a.C. Toda su extensión es como un ‘puzzle’ de diversidad. Tiene muchos museos y monumentos al aire libre, pero su mayor belleza está en la vida que transita sus calles.
El gran terremoto de 1755 marca un antes y un después de Lisboa. Un temblor de intensidad cercana a 9 Richter y un posterior maremoto arrasaron toda la parte baja de la ciudad, incluidos el palacio de la ópera y el palacio real, que se encontraba en lo que hoy es la Praça do Comércio. La encontrarás en los mapas, guías y paradas de tranvías o metro como Terreiro do Paço (terreno del palacio).
De aquella ruina nació la nueva Lisboa. El rey José I encargó al marqués de Pombal la reconstrucción. Así, toda la zona nueva (a nivel del mar) se la conoce como la Baixa Pombalina.
Vestigios memoria de esta catástrofe son el suelo de toda la ciudad, formado por fragmentos encajados a mano para minimizar el daño en futuribles temblores, y el Convento del Carmo. Una construcción gótica que quedó en gran parte al raso, conservando únicamente la estructura de los arcos de su nave principal. Se accede a él desde Chiado o con el ascensor Elevador de Santa Justa (1902).
Rua Augusta es la calle principal y un icono del barrio lisboeta de Baixa. Es peatonal, está pavimentada con mosaicos y flanqueda por tiendas, restaurantes y terrazas donde lisboetas y turistas disfrutan de un café y unos típicos pasteles de crema (do Belém). Llega desde la Praça do Rossio hasta la Praça do Comércio, a través del arco que conmemora el triunfo de la ciudad sobre el terremoto y enmarca la estatua ecuestre de José I. Muy cerca está el museo del hijo adoptivo de Lanzarote, José Saramago.
A un lado, Alfama. Barrio antiguo, lleno autenticidad y de vida en sus calles estrechas en pendiente. Allí, bajo el cableado de los tranvías amarillos, bares donde escuchar y presenciar el fado, y sus bellos miradores. Como Portas do Sol, uno de los más bonitos, visitados y concurridos, pero hay nueve más en toda Lisboa.
Al otro, Chiado. Con sus bonitas plazas, sus restaurantes populares donde comer bacalao, cafés como A Brasileira y calles peculiares como ‘Pink Street’. Una curiosidad con el pavimento fucsia, un tendido de paraguas arcoíris como techo y muchos bares y clubes donde tomar una copa.
Desde el mirador Cais das Colunas, frente a la Praça do Comércio, a unos siete kilómetros hacia el oeste está la Torre de Belém. Apenas cien metros antes, el Padrão dos Descobrimentos, con su espectacular rosa de los vientos. Y a unos 400 metros tierra adentro, el Monasterio de los Jerónimos. Una de las maravillas arquitectónicas, junto a la torre, de la capital portuguesa.
Y a unos 7,6 kilómetros del Terreiro do Paço, se encuentra el Parque de las Naciones. Es la Lisboa post Expo 98 de los Océanos. Allí están la Estación de Oriente, el centro comercial Vasco da Gama, las instalaciones y pabellones de la Exposición Universal y el espectacular Oceanario, a la vez acuario, museo vivo y centro de investigación y divulgación marina.

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