Impensables hace apenas una década, los tejidos inteligentes o tecnológicos sorprenden por sus propiedades, casi de ciencia ficción, pero no se conocen tanto otros matices del avance que suponen. Por ejemplo, su dimensión. El sector generó 1.000 millones de dólares (estadounidenses) en 2020 y en 2025 su valor de mercado es ya de 11.000 millones.
Este avance surge y camina al ritmo de la exigencia de unos consumidores cada vez más conscientes en aspectos como la sostenibilidad y la ética en la producción. Piden materiales certificados como tejidos orgánicos, reciclados o biodegradables. También, más responsabilidad en los procesos de producción, para minimizar los residuos y optimizar el uso de recursos. Y a la hora de comprar, poder consultar la trazabilidad de las prendas.
Se valora, igualmente, y en esa dirección apunta también la industria, la colaboración con fabricantes locales para reducir tiempos de transporte y mejorar la comunicación durante la producción. Es decir, el Km0 se incorpora a la industria textil inteligente.
Un tejido inteligente es aquel que es capaz de alterar su propia naturaleza para responder a distintos estímulos externos, físicos o químicos. Tiene la capacidad de modificar algunas de sus propiedades para aportar beneficios a quienes lo usan.
En la producción de tejidos inteligentes se emplean herramientas digitales como software de patronaje 3D que aceleran el desarrollo de prototipos y reducen errores. La empresa española Ecoplen, por ejemplo desarrolla una tecnología a base de nanopartículas para su tejido ‘Plenty of Life’ que mantiene los hogares desinfectados y libres de virus y bacterias de manera constante y permanente. Es válido tanto para tapizado de muebles, cortinas, parasoles o hamacas y tiene un mantenimiento bajísimo o nulo.
Otra cualidad es su capacidad autolimpiadora, que se activa al recibir el tejido los rayos UV. Las nanopartículas eliminan cualquier mancha orgánica y neutraliza los malos olores que se puedan originar alrededor, como el humo del tabaco, el sudor o el olor corporal, entre otros.
También son hidrófobos y evitan tanto condensaciones de humedad como la consecuente aparición de moho y de diferentes microorganismos que se generan en los textiles vinculados a ésta. Y, gracias a la acción purificante de este tejido, que regenera el CO2 y lo convierte en oxígeno, nos libra del polvo doméstico y de todos los ácaros que viven en él y nos provocan alergias.